15/12/2021
Poner la vida en el centro significa, en palabras de la Yayo Herrero, “construir políticas, economías y comunidades que tengan como prioridad garantizar una vida decente, una vida que merezca la pena vivirse para el conjunto de las personas.”[i]. Sin ninguna duda, esta perspectiva implica a la propia arquitectura. Somos conscientes, puesto que es nuestro trabajo, de que la arquitectura es responsable en gran medida de la configuración de los espacios en los que habitamos, a todas las escalas: el paisaje, lo rural, la ciudad, el barrio, la casa, e, incluso, del diseño y disposición de los objetos que los ocupan. Y de muchos otros ámbitos en los que la disciplina se va expandiendo poco a poco, afortunadamente. Tenemos una gran responsabilidad porque podemos mejorar la vida de las personas, aunque es cierto que esté limitada por multitud de agentes ajenos que, en ocasiones, tienen un gran peso en el desarrollo de nuestras propuestas.
Si repasamos la historia, y tal como demuestran numerosos trabajos de investigación que aportan datos precisos, nuestro entorno espacial ha sido diseñado principalmente por lo que se define actualmente y, de manera jocosa, por un “BBVAh”: (blanco, burgués, varón, autónomo (no discapacitado) y heterosexual). Como sintetiza la escritora Laura Freixas, uno de los problemas fundamentales de la cultura en la que vivimos es que “lo masculino se considera humano y lo humano se confunde con lo masculino, mientras que lo femenino no es visto como realmente humano, sino como algo parcial, la desviación de la norma, lo distinto, o lo que solo es para mujeres y solo interesa a mujeres”[ii].
Ante esta perspectiva heredada, hoy en día desde la arquitectura resulta fundamental poner en el centro a la persona, siempre siendo conscientes de la variedad y complejidad de los seres humanos. Esto nos lleva a cuestionar la mirada política predominante de un sujeto abstracto (BBVAh) que impregna todos los estratos de la sociedad. Esta diversidad es definida por la profesora Nancy Fraser como una de sus tres dimensiones de la justicia. Significa que “superar la injusticia significa desmantelar los obstáculos institucionalizados que impiden a algunos participar a la par con otros, como socios con pleno derecho a la interacción social”[iii]. Y desde la arquitectura, desde la propia espacialidad que proyectamos y construimos, tenemos la opción o no de generar ese tipo de obstáculos.
Esta manera de entender la arquitectura no resulta nada fácil pues supone un replanteamiento de principios, una revisión de lo hecho, un reaprendizaje de las herramientas que desde la arquitectura contamos, un desmontaje de ideas preconcebidas, una nueva mirada sobre el mundo y sobre nosotras y nosotros mismos. Se trata de volver la vista atrás y reivindicar esa tradición invisibilizada (benditas pioneras) pero también de ser conscientes de lo que tenemos entre manos, de cómo lo estamos construyendo y, sobre todo, cómo queremos que sea el futuro.
Para saber un poco más:
[i] RTVi, 2018, “Yayo Herrero ¿Qué es poner la vida en el centro?”, min. 0,11-0,24. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=qjsYL0sczTg
[ii] Círculo de Bellas Artes, 2016, “Entrevista a Laura Freixas”, min 5,43-6,32. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=SgwKr5YgM-8
[iii] Nancy Fraser. 2008. Escalas de Justicia. Barcelona, Herder, p.39.